Mi abuelito
Me conoce hace 31 años, incluso sin que me viera, desde que estaba en el vientre de mi mamá Chabela.
Se llama Ernesto Barboza López y es mi abuelito. Toda una personalidad en nuestra “linda” ciudad de Ayacucho. De seguro las nuevas generaciones que vienen poblando esta ciudad de mierda, no sepan mucho de él, pero don Ernesto, como todos lo llaman, fue el distribuidor de diarios, revistas, materiales didácticos y propietario de la librería más importante por 45 años (“Librería Barboza, 1960 – 2004)
Mi
abuelito se encargaba en los tiempos difíciles de que los diarios lleguen a los
diferentes vendedores (llamados canillitas). Decirlo en pocas palabras suena
como una chamba relativamente sencilla, pero, no. Imagínate los años en que
Ayacucho se encontraba en plena guerra. Por un lado, el Ejercito y, por el
otro, Sendero Luminoso. Imagínate una ciudad donde no existía movilidad como la
que disfrutamos hoy en día.
Su
camioneta Datsun de placa PS 1513, aun lo recuerdo, transportaba los diarios
desde el aeropuerto hasta su tienda ubicado en el jirón 9 de diciembre # 103.
Fue décadas de mucho contacto con el peligro. Y, como a todos, Sendero Luminoso
lo amenazó. Le pidieron un pago mensual para que no atienten contra él y su
familia. Y, por otro lado, los militares ingresaron a su casa para saquear y
decomisar libros que, según ellos, alimentaban el pensamiento revolucionario.
Era evidente que, en la casa de mis abuelitos, como en su tienda, iban a
encontrar libros de toda postura, porque también era el distribuidor de libros
en la ciudad. Pero no pretendo hablar sobre la historia de don Ernesto y su
aporte a la ciudad de Ayacucho, eso lo contaré en un próximo libro.
Hoy
quiero hablarles de su etapa de padre. Aquel papá que me tuvo desde que nací.
Desde que tengo uso de razón de las cosas que sucede a mi alrededor, mi
abuelito siempre estuve allí. En mis enfermedades, en mis caídas, en mis
golpes, en mis cuidados, en mis primeros pasos, en mis primeros amores y en mis
primeros placeres sexuales. Sí, don Ernesto, aquel varón conservador, me
hablaba sin tapujos del sexo, el VIH, obviamente desde su postura y con sus
términos, y de los métodos anticonceptivos, obviamente con cierta prudencia.
Pero, lo que más resalta en él, a pesar de sus años, es lo que me sigue dando y
es algo que siempre lo tengo en mi corazón, y que todo papá debe entregar: amor
y protección.
Recuerdo
las mañanas en que llegábamos a su oficina (librería Barboza), donde a partir
de las 9 de la mañana un ejemplar de todos los diarios entre 16 y 23 al día,
nos esperaban en su escritorio. Ingresábamos y nos sentábamos a leer, los dos
juntos. Obviamente, yo no sabía leer, pero él me enseñó. Primero fue el
abecedario, hasta que un día me dijo, “mis ojos me duelen, puedes leer por mí”.
Yo le dije, “sí, abuelito. Yo leo”. Leí silabeando, tratando de no equivocarme,
pero cuando lo hacía, curiosamente, sus ojos se sanaban y me corregía, de
hecho, en aquel momento no me daba cuenta que era una estrategia de él para que
yo aprendiera a leer. Y así nos pasábamos toda la mañana. Mi abuelito y yo
leyendo diarios políticos y deportivos. Es allí que me nació esa pasión por las
noticias, por lo político, lo social, lo económico, lo cultural, en otras
palabras, por el periodismo.
Mientras
aprendía a leer y cada vez lo hacía con más claridad, él me precisaba que
cuando estuviera viejito y ya no podría ver, yo le leería los diarios. Y así
es. El tiempo ha pasado, la tecnología se apoderó de nosotros y cada día en lo
posible le leo las noticiad o, cuando puede, me escucha decirlas en la radio. Saben,
don Ernesto también se acomodó a la tecnología, hoy solo compramos los diarios
los domingos, pero de lunes a sábado lo leemos a través de mi celular. Y como
todas las mañanas, mediodía y noche estamos conectados al cable para ver las
últimas informaciones del día. Siempre le encantó el canal 10 de movistar.
Curiosamente hoy soy corresponsal de ese medio, RPP Noticias.
Por
intermedio de mi abuelito conocí a muchos periodistas de Ayacucho y nacional
que siempre llegaron en comisiones y tenían como centro de encuentro la
“Liberia Barboza”, era imposible para un periodista no pisar o visitar a don
Ernesto. También conocí a diversas autoridades, políticos, religiosos,
artistas, militares, policías, entre otros. Y, sobre todo, conocí a todos los
vendedores de diarios de nuestra ciudad, estupendas personas, muy sencillas,
humildes, pero con esa fuerza de trabajar y sacar adelante a sus hijos.
Recuerdo mucho al fallecido Julio Huamán (hoy su esposa e hijos venden los
diarios en el cruce de los jirones 28 de julio y San Martín) También recuerdo
mucho a la señora María Vergara, Cirila Inga, Zózimo Cuadros y, obviamente,
cómo olvidarme de la señora Lucy Lévano. Mi admiración por todos ellos. Cada
vez que puedo visito sus puestos de quiosco, algunas veces se acuerdan de mí, otras
no, pero me agrada verlos. Dicen que he cambiado mucho.
Gracias
a don Ernesto conocí muchos libros, los cuales me dejaba leerlos con normalidad
e incluso me los regalaba. Recuerdo mucho “el sexto, de José María Arguedas”,
de la editorial Juan Mejía Baca. Fue alucinante, recuerdo haber tenido entre 7
u 8 años cuando recorrí sus páginas e incluso tenía un aroma característico de
los libros de los años 90. Formidable.
Sin
embargo, hablar de mi abuelito también es hablar de aquel varón que jamás
olvidó sus raíces, su tierra. Él nació en el distrito de San José de Ticllas. Y
fue su primer alcalde en el año de 1963, en el primer gobierno de Belaunde. Don
Ernesto es partidario de Acción Popular. Y algo muy importante, fue alcalde
cuando las autoridades no cobraban ni un sol del Estado. Ellos ponían de su
dinero para cubrir sus gastos y hacer obras en beneficio de la población. Y eso
es de reconocer y resaltar. Ahora entiendo muy bien sus palabras, recuerdo que
me decía de niño, “siempre debemos decir la verdad y tener las uñas cortadas”.
Mi abuelito sirvió a su distrito de manera desinteresada. Construyó con la
población la posta, el colegio inicial - primaria, la casa municipal y dejó
marcado la ubicación de la plaza principal y trochas para el acceso de unidades
(colectivos), hoy todo eso sigue. Lo único que han hecho los alcaldes
posteriores es mejorar sus obras, pintarlo y ya. Su trabajo a pesar de las
décadas sigue intacto, porque en aquellos años, hacer una obra era todo un
acontecimiento que tenía buenos cimientos que perduran, incluso, por siglos.
Cosa muy diferente a lo que vivimos hoy en nuestro Ayacucho, en nuestro país.
Ahora un puente se “cae” o se “desploma”, según los ingenieros, en menos de un
año.
Recuerdo
también las faenas para abrir paso el camino que une la ciudad de Ayacucho con
San José de Ticllas. Mi abuelo compraba lampas, comida y nos íbamos todos los
domingos a trabajar junto a la población. Yo tenía mi lampa pequeña. Y, todo,
siempre, de la mano de mi abuelita Cirila. Ambos cumplen este 2020, 70 años de
casados.
En
agosto del año pasado lo invitaron a una reunión de residentes de San José de
Ticllas en la ciudad de Ayacucho y, a pesar de su edad, estuvo puntual, a la
hora señalada, y no se quedó callado. Siempre tiene presente a su pueblo en sus
días.
El 15
de agosto de este año, Don Ernesto cumple 92 años. De los cuales comparte
conmigo 32. Y se convirtió en mi papá, en mi abuelito, en mi todo. Él me enseñó
muchas cosas, pero algo que no me enseño es a poder seguir en este mundo sin él.
“Gracias” a la pandemia del nuevo coronavirus, tenemos mucho tiempo para estar como antes, es decir solo los tres, como era siempre (mi abuelita Cirila, mi abuelito Ernesto y yo) porque ahora también están mis tíos, cosa muy aparte, ambos sabemos algo muy importante, y lo decimos cada vez que tenemos la oportunidad de estar a solas, “todo en vida, nada en muerte”.
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