Bicicletas
Hace aproximadamente un mes chocaron a mi hermano mientras iba en su bicicleta, cuando él llamó para contarme, sentí mi corazón acelerarse, empecé a concebir mucho miedo, imaginando mil cosas, desde la posibilidad de heridas pequeñas hasta fracturas, creía que pudieran mutilarlo o quizá podría morir desangrado sin que nadie lo auxiliara. En medio del alboroto de mis pensamientos caí en cuenta que el número por el que me había llamado no era el suyo, era uno desconocido, asumí que estaba acompañado y eso me calmó un poco, le conté a mi mamá el suceso y juntas fuimos a buscarlo.
Mientras caminábamos presurosas para alcanzar a mi hermano, mi madre empezó a rechinar entre dientes acerca de la advertencia declarada sobre el hecho de usar la bicicleta, no dejaba de recordar lo que le había dicho minutos antes: “No vayas con la bicicleta, ¿a dónde vas?”; en ese orden, poniendo como prioridad lo peligroso que puede resultar insignificante vehículo. En la medida que mi mamá expresaba a medio su sentir mi cara se ponía colorada, lo podía sentir, casi, casi podía botar humo por las orejas, la ira me ganaba, porque él sabiendo sobre la advertencia, no le importó y se fue sin remordimiento alguno y “mira lo que le pasa por sonso, nos pone en aprietos, cuando salir e ir a un hospital es lo que menos queremos”.
Respiré profundo y por fin lo encontramos, lo único que deseaba era verlo y decirle sus verdades en la cara, si no estaba enfermo de gravedad claro. Me sorprendió ver que el número desconocido no era de algún amigo suyo, era el de una señora que al ver lo que había sucedido lo acogió en su casa; aún eso la ira se impregnaba en mis cachetes forrados de una mascarilla, vi a mi hermano, me aseguré de que no tuviera nada grave y felizmente así fue, algunos rasguños y mucho susto, solo eso podía percibir, volví a verlo y le dije: “¡Sonso!”, a lo que mi mamá añadió muchas cosas que las mamás dicen cuando están enojadas, él no dejaba de llorar, me conmoví y lo consolé, acto seguido mi mamá también lo hizo.
La señora que lo acogió en su casa, nos devolvió la bicicleta dañada, y en defensa a mi hermano, dijo que estaba muy asustado por el impacto y no dejaba de llorar, que no importaba que él fuera grandote, que por favor ya no le resondremos; mi madre muy agradecida y yo al costado suyo nos despedimos de la señora ofreciéndole nuestros corazones afligidos por el suceso. Tomamos un taxi y nos fuimos a casa con el llorón de 20 años.
Para mí fue así, “por sonso le pasan esas cosas, aun cuando sabe que papá no puede tener impresiones fuertes a causa de su presión alta, él sigue generando caos con su irresponsabilidad”. Aunque nos apiadamos de él en el momento, la impresión final fue “¡por sonso!”, hasta hace unos días donde me puse a pensar mucho en el suceso a causa de otro.
Estaba sentada viendo desde mi ventana hacia la calle, ya casi daban las 10 de la noche, oía música y me lamentaba sobre lo miserable de mi vida en medio de la pandemia.
Repentinamente un chillido de auto retumbaba en mis oídos, me saqué los auriculares, me asusté mucho porque creí que alguien iba a chocar, cuando sacaba un poco mi cabeza por el balcón un “¡boom!” explosivo se impregnaba en mis orejas y sentí mi corazón apretujarse contra mi pecho, me asusté y vi cómo un auto pasaba acelerando pero casi en cámara lenta para mis ojos por la puerta de mi casa, y en ese mismo instante, al paralelo cómo salían mis vecinos de enfrente y cómo un muchacho se paraba del suelo con su bicicleta que tenía la llanta desecha. Todo fue tan rápido, mientras el carro pasaba por mi puerta en mi cabeza cabía la idea de lanzarle una de las macetas de mi mamá para que se detuviera y se hiciera justicia por lo que acababa de pasar, pero mi reacción fue retardada.
Con el corazón en la mano, luego de ver la huida del auto, quise bajar a ver al muchacho cuando caí en cuenta que el familión de mi vecino ya estaba con él, lo consolaron, hasta donde pude ver caminaba bien pero su bicicleta estaba hecha añicos. No lo resistí y me puse a llorar de impotencia porque no podía creer que hubiera personas tan malas como para no asumir sus errores, y ¿si le hacía un daño mayor? Entiendo que el mundo está revuelto con gente así, por quienes no podemos hacer más que esperar a que se haga justicia (de la que dudo), pero es inevitable no sentir impotencia y mucha cólera. Luego de impresionarme por lo acontecido recordé la sensación de angustia que había sentido por mi hermano, y me puse a pensar en que la misma estaría sintiendo el joven en ese momento, y lloré más porque no entendía lo horrible que es un accidente de esos en el que el malo sale huyendo y deja a la víctima sin más, hasta que lo vi. Entonces me sentí mal por todo lo que le había dicho a mi hermano cuando a él le pasó.
Recordé todo lo que sentía, pero por sobre todo le di un protagónico muy especial a la señora que lo acogió, porque sin importarle el hecho de que se pudiera contagiar con Covid-19, salió a acudir a mi hermano, eso fue lo que me hizo llorar tanto más porque caía en cuenta que si la maldad existe el amor por el prójimo puede consolar no solo heridas externas sino también heridas del corazón, como el miedo, la rabia y otras tantas que quienes son víctimas pueden sentir.
Gente mala no falta en el mundo, pero gente buena también hay. Comprendí lo importante del compromiso de sentir por el otro cuando es dañado por alguien más. Agradecí con todo mi corazón una vez más a la señora que atendió a mi hermano y agradecía en ese momento que mis vecinos salieran súper rápido a ver qué pasaba y atendieran al muchacho, me aseguré de que estuviera bien antes de meterme, vi que lo llevaban a su casa y me quedé tranquila. El mundo está revuelto con gente buena y gente mala, pero siempre puede predominar el amor que nos hace mejores, que puede salvar vidas, el amor por el prójimo.
Escribe: Gabriela Catalina Villavicencio Guerra.
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