Reflexiones, 13 muertos de Los olivos: entre la pobreza, la choledad y el COVID-19

El 23 de agosto, un grupo de jóvenes, violentando las restricciones de mantener la distancia social, asistieron a una fiesta en Thomas Restobar de Los Olivos. El lugar es conocido por acoger a “LOS CONEROS”. Es decir, a los ciudadanos de los conos: Independencia, Comas, Kilómetro 22, San Martín y otras zonas marginales de Lima. 

La policía con intenciones de detener a todos los fiesteros cerró la única puerta de salida.

Los fiesteros, alentados por el alcohol y la picardía de barrio, quisieron escapar en estampida. Querían evitar la vergüenza de ser mostrados por la prensa y a nivel nacional como irresponsables. Habían acudido a divertirse, sin saber que esa tarde bailaban con la muerte. Como consecuencia fallecieron 13 jóvenes. 12 de ellos eran mujeres.

En los días siguientes la prensa nacional y las redes sociales se encargaron de darles el tiro de gracia. Los culpables son ellos mismos. Porque no obedecen. Por qué son irresponsables. Porque estaban infectados con COVID-19. La muerte nos está volviendo insensibles. La vida (de los demás) nos parece objeto de desprecio. Justificamos los excesos con la seguridad que somos ciudadanos ejemplares. Diferentes. Modelos. Referentes de una civilidad que presumimos por cada poro de nuestra piel.

Lo cierto es que no merecían morir. Nadie lo merece. Pero se trata de “los coneros”. Son cholos, son de barrio, tienen antecedentes penales, son pobres. Por eso su vida no vale nada. Siempre hemos mirado con desprecio a los de abajo. Con envidia al del costado. Con servilismo al de arriba.

¿Se imaginan si este mismo evento hubiera sucedido en Larco Mar? ¿Si la policía hubiera intervenido una fiesta en el corazón de la pituquería de Lima con la consecuente muerte de 13 jovencitos de cabellos rubios, ojos azules y apellidos compuestos? ¿Si los fallecidos se hubieran apellidado Porcella, Parodi, Soifer, Cardozo, Hart o Pezarezzi? A estas alturas hubiera tenido que renunciar el ministro del Interior y los policías que participaron en el operativo estarían detenidos. La prensa estaría hablando de brutalidad policial y haciendo una melopea acerca de los derechos humanos.

Pero no. Los muertos (para su propia desgracia) se apellidan Quispe, Mamani, Chirre y otros apellidos desconocidos y oriundos de la choledad.

El gobierno ha iniciado una campaña de comunicaciones para evadir su responsabilidad. Para trasladar la responsabilidad del crecimiento imparable del COVID-19, a la gente. Pero no a cualquier gente. Sólo a la gente pobre. A los cholos. Y en ese afán buscan hechos aislados (repudiables eso sí) y lo muestran en los medios de comunicación a su servicio. Para hacernos creer que todo este problema es de la gente incivilizada y salvaje de los conos y marginales.

¿Y por qué no hacen operativos en La Molina, Miraflores, San Isidro o Barranco? ¿Será que los jóvenes de las clases altas no organizan fiestas? ¿Ellos no extrañan la diversión? ¿Ellos son ciudadanos ejemplares que están acatando todas las disposiciones del gobierno?

Aquí hasta la culpa de las irresponsabilidades lo tiene el pobre. El cholo. El marginal. Son casi 200 años de “independencia” y nada hemos aprendido. Estamos cerca al Bicentenario y seguimos reproduciendo el sistema de castas de la colonia, donde el color de la piel o la posición social determina la magnitud de la culpa y la sanción social.

Escribe: Pedro Alex Chirre Tena.

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